Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


100228
Legislatura: 1888-1889
Sesión: 9 de abril de 1889
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 80, 1422-1424.
Tema: Reformas militares.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Desde que comenzaron las reformas militares en esta alta Cámara, he notado cierta obcecación de parte de todos, lo debo decir con franqueza, porque se ha empezado a dar importancia a cosas que verdaderamente no la tienen, y porque sobre cosas que no tienen verdadera importancia y que no afectan a las reformas militares ni a ningún principio que al ejército se refiera, se han librado verdaderas batallas. Yo no sé de quién es la culpa, pero el caso es que así ha sucedido, y no hago más que consignarlo, sin echar la culpa a nadie. No he de culpar a [1422] mis amigos, ni era natural que los culpara; pero tampoco quiero hacer cargos a los adversarios, porque en realidad, no sé de parte de quién está la razón. Yo creo que el buen deseo quizá nos ha llevado a todos a un terreno complicado y confuso y que ciertamente nadie sabe el verdadero puesto que ocupa.

Las reformas militares, Sres. Senadores, eran una necesidad. Se presentaron, después de varios ensayos, las reformas del general Cassola. No voy a discutirlas; pero claro está que debieron parecerme buenas cuando las acepté, y en cuanto he podido las he defendido, en la línea que la experiencia me había inculcado, de que las reformas militares eran de todo punto necesarias.

Pues bien; estas reformas militares del general Cassola han ofrecido diversas dificultades, porque se han presentado contra ellas varios obstáculos. Y yo, en el caso de satisfacer una que creo absoluta necesidad, por la razón que he apuntado al principiar estas desaliñadas palabras, dije: pues las reformas militares hay que hacerlas; si no se puede en la forma y extensión que el señor general Cassola ha propuesto, debemos hacerlas limitando la extensión y subdividiéndolas, a fin de ir ejecutando aquellas que sean de más urgente necesidad, dejando para en adelante las que no lo sean tanto. Y en este concepto y en este sentido, y tratándose de la organización del ejército, claro está que todo ha de hacerse fuera de la esfera de la política, fuera de la acción de los partidos, porque, como he repetido en varias ocasiones y en otra parte, se trata de una verdadera cuestión nacional.

Yo no he opuesto dificultad alguna a las modificaciones, transformaciones y cambios prudentes y justificados que se han querido introducir en las reformas del general Cassola; con una sola condición: con la condición de que por lo menos, limitadas ya las reformas a los ascensos y recompensas, se hicieran en el sentido que en mi entender era más simpático al ejército, salvando cuatro puntos esenciales. Primero, fijación del término de la carrera; segundo, unidad de procedencias y de las escalas; tercero, desaparición del dualismo; y cuarto, proporcionalidad en el ascenso al generalato; que son los cuatro punto a que quedarían limitadas las reformas. Y yo decía siempre, a fin de sacarlas adelante: acepto todo lo que la discusión determine como mejor, con tal de salvar estos principios. De manera que, en realidad, yo no hacía de esto nunca una cuestión política; no la hice jamás cuestión de Gabinete, pero no podía menos de concedérsela como cuestión de Gobierno; primero, porque la considero una necesidad; y segundo, porque considerándola una necesidad, creo indispensable, de conveniencia pública, que las reformas salgan, y pronto, y no queden en el aire como un peligro.

Pues bien; después de discusiones prolijas, después de muchas transacciones en el Congreso (que no se dirá que en esto el Gobierno ha sido intransigente, ni siquiera los Ministros de la Guerra, lo mismo el actual que los anteriores), después de muchos e importantes debates, y después de tanto tiempo de combatir y contestar, al fin y al cabo salió del Congreso para esta alta Cámara un proyecto de ley ya aprobado en la otra.

Ahora bien; esta fórmula, que ha venido encerrada en el dictamen remitido por el Congreso, no es realmente ni la fórmula del general Cassola, ni la del general Chinchilla, ni la de ninguna individualidad; es una fórmula de transacción, puesto que a ella hemos venido por muchas, muchísimas y muy importantes transacciones, por muchas y muy importantes evoluciones. Y en este concepto, yo no puedo menos de aplaudir con toda la energía de mi alma el patriotismo del digno presidente de la Comisión. Su señoría tuvo, y tiene todavía, su pensamiento, y como Ministro de la Guerra lo presentó; en honor de la verdad, limitado a este punto, todavía más radical que el actual dictamen. Y S.S. abriga en eso una convicción profunda; a mí me consta, porque he tenido la honra de hablar muchas veces sobre el particular con S.S. Sin embargo, ha respetado la fórmula que venía del Congreso como transacción; y transigir significa ceder, y S.S. ha sido el primero que ha cedido, en bien de las reformas militares, y sobre todo, en bien de que salgan pronto y acabemos de una vez con esta especie de espada de Damocles que está siempre pendiente de que nunca acaba de caer. ¡Y por esto se le quiere exigir responsabilidad al señor presidente de la Comisión! Pues si el señor presidente de la Comisión se mantuviera en su primitivo pensamiento (que lo mantiene como ideal, porque repito que yo he hablado con S.S. y dice: ?cedo porque se trata de una transacción, y porque si no cedo yo y ceden los demás, no saldrá nunca una fórmula; pero cedo conservando mis opiniones para el porvenir, como ideal, y convencido de que necesitamos ceder todos, porque si no lo hacemos, no habrá nunca reformas militares?); si el presidente de la Comisión, repito, se encerrara en su primitiva idea, e hicieran lo mismo los demás, no llegaríamos a ningún resultado práctico.

Se trata, Sres. Senadores, de una fórmula de transacción que ha venido ya del Congreso muy discutida; tan discutida, que ha sido obstáculo su discusión a la de otros proyectos de ley muy importantes, que están pendientes en la otra Cámara. Pero todo se ha subordinado a las reformas militares, y al fin y al cabo de estos sacrificios viene aquí una fórmula. El Gobierno ha de hacer algo por mantenerla, porque lo que tanto trabajo ha costado, bien merece que con esfuerzo se sostenga. Y ésta es la posición del Gobierno respecto al dictamen que nos ocupa. No tiene más remedio que sostenerlo hasta donde sus fuerzas alcancen. Claro es que no puede hacer de él a cada momento una cuestión de Gabinete, y decir: si no votáis esto, me voy; lo que dice, Sres. Senadores, lo mismo a la mayoría que a la minoría, lo mismo a amigos que a adversarios, es que es necesario concluir pronto con las reformas militares, y que a ésta, que viene del otro Cuerpo Colegislador, no debe el Senado ponerle trabas ni grandes dificultades, como cuestión de patriotismo, a fin de que concluya pronto, porque si no, si variamos este dictamen, tendrá que volver al Congreso, y vendrán nuevas dificultades, sin que jamás lleguen a salir ni éstas, ni otras, ni ninguna clase de reformas. Y como ésta es la verdad, yo apelo a todos los Sres. Senadores, lo mismo amigos que adversarios, porque en esta cuestión y en este punto no los reconozco más que como representantes de la Nación, animados de igual deseo que yo, capaces de hacerlo mejor que yo, para que lleguen a feliz término estas cuestiones importantísimas y graves, que pueden producir gravísimas consecuencias.

Pero no solo la experiencia de lo que han hecho [1423] todos los Ministros de la Guerra, sino lo que se ha visto y se ve ahora, hace indispensable que saquemos pronto las reformas militares, sobre todo, dados los términos concretos en que el dictamen se ha redactado; porque es imprescindible, señores, hacer una ley, y hacerla pronto, una ley que regule, que ordene a los Ministros de la Guerra y a los Gobierno cómo han de recompensar los servicios del ejército y cómo han de dar los ascensos y recompensas; que nada hay que perturbe tanto un ejército como la desigualdad en los ascensos y recompensas, y no habiendo ley ninguna a que atenerse, es muy peligros continuar en este estado.

Por lo demás, con tal que por la ley se den las recompensas y los ascensos, sea buena o mala, el ejército se someterá a una ley que para todos será igual, y verá que se premia al mérito y no se atiende al favor y al compadrazgo, que es lo que suele desorganizar al ejército aquí y en todas partes.

No será ésta la mejor de las leyes; claro es que yo así lo considero, puesto que no es fácil acertar en las obras humanas; yo no dudo que se pueda hacer mejor; pero por lo pronto será la ley a que se han de someter los Gobierno en los ascensos y recompensas, y eso basta. Si no es la mejor, la experiencia lo enseñará, y ella nos dirá si la hemos de modificar o si ha de continuar así; mas por de pronto tendremos un resultado positivo, tendremos una ley a que han de atenerse los Ministros y el Gobierno para recompensas y ascensos dentro del ejército.

Claro es; ¿cómo he de defender yo que ésta fuera la mejor ley que pudiera hacerse? Ni lo puede defender la Comisión, ni el Gobierno. ¿Quién sabe si acierta o no en estas cosas? ¡La elección; la antigüedad! ¡Ah! Señores Senadores, la elección es el medio mejor de obtener buenos resultados; es mejor que la antigüedad, puesto que no es bastante mérito tener muchos años; pero, Sres. Senadores, hoy por hoy, creo que la elección, con ser el medio mejor en tiempos tranquilos y normales y cuando ya los organismos han llegado a cierta perfección, hoy, por lo que yo he oído, por lo que comprendo y he visto en todas partes, el ejército tiene miedo a la elección, y tiene miedo con razón, porque de la elección se ha abusado mucho. En tiempos atrás, no hay que recorrer muchos años, ya sabéis los abusos que se han cometido con la elección. Cuando se podían dar ascensos y empleos sin vacantes, ya sabéis los abusos a que la elección daba lugar, y el ejército se acuerda de todo, y no ha podido comprender la variación grandísima de ciertos tiempos, bastante por fortuna para todos, y tiene miedo a la elección; y mientras no se convenza de que una vez que haya una ley que sujete a los Ministros de la Guerra y al Gobierno, la elección es lo mejor, hay que buscar algo que la compense y que dé tranquilidad y reposo al ejército, para volver después a lo que parezca mejor, si es que este sistema no parece bueno desde luego.

Y en este sentido, yo debo concluir con estas palabras. Es indudable que tratándose del ejército, no se trata de una cuestión política; que el Gobierno no puede hacer cuestión de Gabinete; pero el Gobierno hace de esto una cuestión de Gobierno en el sentido de pedir a amigos y adversarios que no pongan dificultades a la ley para que salga pronto; que si no es la mejor, tiempo tendremos de modificarla; pero al fin y al cabo, ley habrá para que los Gobiernos de unos y otros partidos tengan reglas a que sujetarse, y viva el ejército tranquilo de que no se han de cometer las injusticias e iniquidades que con tanta frecuencia se oye decir que en otros tiempos se cometieron.

Por lo demás, yo debo decirle algo todavía al señor Senador Botella, que es un gladiador parlamentario de mucha cuenta, que procura sacar partido de todo, que tiene habilidad para sacarlo, y en efecto, lo ha querido sacar de lo que ayer pasó aquí, y que no tiene nada de particular. El Ministro de la Guerra había consultado con la Comisión; se había puesto de acuerdo con ella, y a ningún Ministro le es dado faltar así a una Comisión con la cual ha marchado de acuerdo; a una Comisión que ha cedido a las indicaciones del Gobierno, y que de acuerdo con el Gobierno presentó su dictamen; por consiguiente, el Ministro no puede abandonar a la Comisión sin ver las consecuencias que puede traer el asunto, y al Ministro se le cogió en esa situación: o tenía que abandonar a la Comisión, lo cual no podía hacer después de haber estado aquélla constantemente al lado del Gobierno y haber cedido a sus indicaciones, o el Gobierno no tenía más remedio que estar al lado de la Comisión; y el Gobierno, representado por el Ministro de la Guerra, exponiendo lo que debía, sin adquirir compromiso concreto, dijo: ?Yo veré lo que hay que hacer; me reservo mi libertad de acción?, y ésa era la de entenderse con la Comisión, y si la Comisión no cedía, no ceder él tampoco.

Esto es manifestar, por parte del Sr. Ministro de la Guerra, una delicadeza y una nobleza que el señor Botella no podrá menos de reconocer y respetar. Hubiera visto la Comisión que la cosa quizá no tenía la importancia que el Sr. Botella creía, y hubiera visto si tomada en consideración la enmienda debía discutirse o debía admitirse en parte o no; pero siempre la Comisión de acuerdo con el Sr. Ministro de la Guerra, representante del Gobierno, y el Sr. Ministro de la Guerra de acuerdo con la Comisión; y de esta manera se hubiera resuelto la cuestión sin dificultades y sin esos peligros a que S.S. se ha referido; peligros que S.S. teme mucho, y yo se lo agradezco, porque al ver a S.S. tan ministerial, no puedo menos de manifestarle mi reconocimiento, como a los demás Sres. Senadores; pero a otros tengo costumbre de ver con más frecuencia su benevolencia, por lo menos verlos más benévolos que S.S., pues S.S. tiene unas intermitencias que me hacen muy poca gracia. (Risas) parece estar muy benévolo con el Gobierno, y la cosa más pequeña procura aprovecharla para hacerle el daño que puede. De esto S.S. no ha querido sacar esas consecuencias, y se lo agradezco por bien del Gobierno, no precisamente por mí, porque, francamente, me va cansando un poco el oficio, sino por el partido, al que por bien del país, todavía conviene que el Gobierno continúe por algún tiempo más. [1424]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL